Al
recorrer las calles de San Felipe, se repite la tónica que se da en la mayoría
de las ciudades y pueblos del país, el ser denominadas con los nombres de
aquellos que participaron en la Independencia de Chile o en la Guerra del
Pacífico, amén de otras participaciones militares, algunas de las cuales- a la
luz de la revisión que hacen historiadores-, sería mejor no vanagloriarse, como
por ejemplo, la mal llamada Pacificación de la Araucanía, que no es otra cosa
que un ignominioso genocidio cometido en contra del pueblo mapuche.
Pero
remitiéndonos a lo primero, el nombre de las calle; me mueve a extrañeza la
ausencia de homenajes a un hombre que pareciera haber sido sepultado de la
historia de Chile, tal vez como un ejemplo indeseado, un hombre dos veces
muerto, primero en la Batalla de Miraflores en Perú, y luego, por la historia
oficial, que no da cabida a quienes se aparten de los que, las clases
dominantes, sean estas políticas, militares, económicas, consideran debe ser un
ejemplo a seguir.
La Batalla de Miraflores, hito de la guerra
del Pacífico acaecida el 15 de enero de 1881, que consolidó la victoria de
Chile y la entrada del Ejército nacional en Lima dos días después, dejó un
saldo de 502 muertos y 1622 heridos en el bando chileno. En esta batalla le
cupo importante participación al Regimiento Aconcagua, y de sus filas se
cuentan, dentro de la oficialidad, participantes heridos como Abraham Ahumada,
Miguel Emilio Letelier, Benigno Caldera, Belisario del Canto, Francisco Ordoñez, Pedro Nolasco. De la
oficialidad la nómina de fallecidos de este regimiento son dos: Augusto
Nordenflicht y Florindo Bisyvínger.
En el
mundo literario se ha popularizado el de motejar de Bartleby- por el
escribiente de Melville, recreado un siglo y medio después por Enrique Vila-
Matas en “Bartleby y Compañía”- a
aquellos escritores que publicaron un libro, gozaron de un renombre, por lo
general efímero, u otros que no obstante de haber participado en su época de
instancias literarias, desaparecieron junto a su obra de golpe de la historia de la escritura,
perdiéndose su huella en el agujero
negro del firmamento literario.
El
subteniente Florindo Bisyvínger vendría a ser un Bartleby de la Historia de
Chile. He buscado infructuosamente algún rastro de él en Internet, genealogías,
algún nombre de calle, alguna plaza, tal
vez un monumento. Nada. Bisyvínger no existe, ni siquiera como apellido. Un
misterio total.
Pero que su existencia está constatada, es un
hecho. En 1893 se publica un libro de crónicas llamado “Los Representantes de
la Provincia de Aconcagua en la Guerra del Pacífico: 1879-1884, de Florentino
A. Salinas (1857). Él, como participante directo en la guerra, cumple además el
rol de cronista, y deja un registro de primera fuente de acontecimientos que
las más de las veces se pierden en el tráfago del tiempo, a la vez de describir
aspectos relevantes de la época.
Es
gracias a este cronista que nos enteramos de un singular episodio sucedido en
la Batalla de Miraflores, cuando esta ya estaba ganada por las tropas chilenas
(textual):
“En los momentos en que, rota por los empujes
de los batallones chilenos la segunda línea de fortificaciones enemigas, los
peruanos huian a sus últimos reductos, grupos de infantería chilena,
adelantándose a algunos de los fujitivos por medio del flanqueo, cortáronles el
paso i empezaron a fusilarlos con toda la impiedad de que son capaces soldados enfurecidos por el combate, i sin
atender a los gritos de angustia de aquellos infelices que, presas del terror,
trataban de huir arrojando sus armas. Entre aquellos soldados hallábase el
subteniente Bisyvínger, que con ademanes y voces procuraba apaciguar el
encarnizamiento de los suyos. Uno de los prisioneros que aun quedaba con vida i
al parecer, por sus insignias, de alguna graduación, notando el humanitario
gesto del oficial chileno, corrió hácia él implorando piedad, i abrazándolo
estrechamente, procuraba por este medio escudar su cuerpo i salvar la vida que
se le quería arrebatar. Bisyvínger no trepidó en proteger a aquel desgraciado i
le abrazó también, gritando a los soldados:
-Déjenlo: corre de
mi cuenta: yo me encargo de él.
-Pero los soldados respondían:
-Nó! nó! Que muera! que muera!
A lo que Bisyvínger
con voz imperiosa que se retirasen.
Fuese por obediencia o porque no quisiesen
disputar a su subteniente aquella presa, los soldados hicieron ademan de
marcharse, pero uno de ellos, antes de alejarse, dijo a sus compañeros:
-¿Será posible que
este perro cholo quede vivo, cuando él habrá muerto quién sabe a cuántos chilenos…?
I apuntándole con
el rifle, disparó… Pero quien rodó por tierra fue Bisyvínger, muerto por la
bala mal dirijida del soldado.
Entonces el infeliz peruano, desamparado por
su protector i con doble motivo, fue allí mismo ultimado sin piedad.
¿Bala
mal dirigida? ¿Premeditación?
Quedémonos con lo primero, lo
importante, es el gesto no valorado de Bisyvínger, que con su acción tal vez se
adelantó a la posterior Tercera Convención de Ginebra, que a partir de 1929,
regula, por motivos humanitarios, el
trato a los prisioneros de guerra.
¿Qué
es ser un héroe? ¿Qué es ser un mártir?
Una definición de héroe, dice: “Persona que se distingue por haber realizado
una hazaña extraordinaria, especialmente si requiere mucho valor”. Por su parte mártir se define principalmente como “persona que sufre o muere por defender su
religión o sus ideales”.
Tal
vez nuestro Bisyvínger sea ambos a la vez. Un héroe del Ejército (olvidado, por
cierto), pues en medio de la carnicería desatada después de la victoria, había
que ser valiente para enfrentar, con su sentido humanitario, a aquella tropa
pasada de revoluciones. Y sin duda, también fue un mártir, pues con ello estaba
abrazando una causa que en ese entonces no estaba establecida, y que es la
compasión y respeto por el adversario derrotado.
Al fin trágico de Bisyvínger, y que se conoce
ahora por este registro olvidado en un libro de mínima difusión, habría que
sumar la muerte del mismo cronista Florentino Salinas, sin fecha de defunción
registrada oficialmente, toda vez que por haber pertenecido al bando
Balmacedista en la Guerra Civil de 1891 fue
detenido en Putaendo donde residía, posiblemente en 1892, fusilado y enterrado
clandestinamente en el cementerio de ese poblado, transformándose en un
antecesor de las víctimas de las políticas de exterminio practicadas luego del Golpe de Estado Cívico
Militar, comandado por Augusto Pinochet y su Junta Militar, y que dejó entre
otras tragedias, la existencia de detenidos desaparecidos por los que aún sus
familiares y el pueblo consciente de Chile reclaman en su derecho de saber el dónde
están.
Es
necesario entonces, primeramente, rescatar del anonimato el gesto y la corta
vida del subteniente Bisyvínger y también la del militar cronista, y a la luz
de los recientes acontecimientos históricos de Chile, el hacer extensivo el
homenaje a aquellos militares, en este
caso del Ejército de Chile, víctimas de
violaciones a los derechos humanos en la dictadura que se extendió desde 1973
hasta 1990: General Carlos Prats, ex comandante en jefe del Ejército; Capitán
Osvaldo Heyder, conscripto Michel Nasch Sáez;
Mayor Luis Lavanderos, todos asesinados, y el Cabo 2º Manuel Nemesio
Valdez, detenido desaparecido.
Hoy
en día, la institución castrense ha caído en el descrédito, -y he aquí la
triste paradoja de nuestra sociedad-, no por estos luctuosos hechos, sino, por sucesos
que muchos parecen darle mayor importancia que al respeto de la vida de
nuestros compatriotas de parte de quienes ejercen el poder: el desfalco del
Estado, que comenzó con Pinochet y su enriquecimiento en sus diecisiete años
con el poder omnímodo, (Banco Riggs), los Pinocheches, el “Milicogate” con el
robo de los Fondos Reservados del Cobre, los casos de los ex comandantes en
jefe Fuente Alba, Oviedo, los más recientes del negociado con las agencias de
viaje de parte de un elevado número de la oficialidad, hablan de una
institución en franca descomposición moral, al igual que otras instituciones
militares y del Estado; Parlamento, Municipios y un largo etcétera, síntoma
inequívoco de la lacra valórica que conlleva la aplicación de un modelo social,
político y económico sin visos de humanidad.
En el
día de celebración de las “Glorias del Ejército”, sirvan estas líneas como un llamado a la institución
castrense a imbuirse del ejemplo del noble subteniente Bisivínger, sacar su
nombre del ostracismo al que fue condenado ; que se enseñe el valor de su gesto
en las escuelas, pedir que se bauticen calles, plazas, sobre todo en aquellos
barrios en que se han afincado gran número de inmigrantes del país hermano del
Rímac, y sobre todo, instituir, por qué no, la Doctrina Bisyvínger, de rescate
de los valores humanitarios hacia el adversario, y de la defensa de los
Derechos Humanos en general, como principal hoja de ruta de esta institución, y
que se concrete, como un primer paso, en la entrega de toda la información que
se sabe poseen, del destino de los cientos de detenidos desaparecidos que dejó
la dictadura militar.
Nelson Paredes escritor poeta
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