“De pequeño yo tenía/un marcado sentimiento armamentista”
Víctor Heredia
Víctor Heredia
Así como dice la canción “Aquellos soldaditos de plomo” debo confesar que de pequeño también admiré la gallardía exhibida en los desfiles de nuestras Fuerzas Armadas, admiración que pocos años después trucó en perplejidad, rabia, impotencia, miedo y dolor ante la actuación que le cupo a los valientes soldados en el cruento golpe de estado cívico militar que derribó el gobierno constitucional presidido por Salvador Allende, y en el afianzamiento de la dictadura en los años siguientes.
Cuatro décadas han transcurrido desde aquel hecho, cuatro décadas que en cronología futbolera, corresponde a 11 mundiales de fútbol, incluido el que actualmente se realiza. Cuarenta años de historia que han cimentado como una realidad la degradación de la política a la par que la globalización de la estupidez humana; ya sea a través del descarado manejo de la desinformación de que hacen gala los medios de comunicación, en poder de la más rancia y poderosa cultura ultraconservadora, que introdujo como sucedáneos a un pueblo adormecido- despojado de un nivel de cultura cívica y educacional que costo decenios construir- la más vulgar farándula y el fútbol como nueva religión.
Desde que el fútbol –deporte noble y apasionante-se entronizó como el nuevo opio de los pueblos, ha sido utilizado por la clase política para su beneficio particular. Valgan como ejemplo el salvataje de la bancarrota que hizo al club Colo Colo el dictador Augusto Pinochet, y que le valió como retribución el ser declarado presidente honorario de la institución alba, o el actual desembarco de la clase política y empresarial que se ha adueñado de los clubes a bordo de sus peculiares sociedades anónimas.
Otro ejemplo vivo en la memoria es la operación mediática de lavado de imagen llevada a cabo por la dictadura argentina de Videla en el Mundial de 1978, año en que estaba en todo su apogeo el contubernio de las dictaduras del cono sur de América en un plan de exterminio de cientos de miles de opositores a ellas- la clase pensante de América Latina-, en palabras de Martín Almada, jurista paraguayo, Premio Nobel Alternativo de la Paz, descubridor en Paraguay de toneladas de documentos de la llamada “Operación Cóndor”, transnacional del terrorismo de estado gestada por Pinochet y el jefe de la Dina, Manuel Contreras. Operación que vuelve a ser noticia por sendos juicios que se realizan en Argentina, por la desaparición de 23 chilenos en ese país, y en la justicia italiana, por la desaparición de 27 ciudadanos de esa nacionalidad en manos de la dictadura chilena.
Fútbol y política, entremezclados una y otra vez en las postrimerías de la dictadura, con ese pueblo ávido de triunfos, envilecido de un falso nacionalismo acicateado, era que no, por los medios de comunicación, y que atacó a pedradas a la embajada de Brasil después de esa otra tristemente célebre “Operación Cóndor”, la del “Cóndor” Rojas, en el mítico estadio Maracaná, que en complicidad con otros, se auto infirió heridas en una farsa sin parangón en la historia del fútbol, con el fin de llegar al Mundial de 1990 por secretaría.
Y como una historia de nunca acabar, en estos días que se realiza el Campeonato Mundial de Fútbol en Brasil, y en la que a nuestra selección le cupo- a pesar del fracaso de no pasar de octavos de final- una digna actuación, otra vez somos testigos de este ensamblaje de política y fútbol. Primero con la postergación del viaje a USA de la presidenta Bachelet a rendir cuenta de la marcha de sus reformas a los mandamases del imperio, con el fin de recibir como héroes a los integrantes de la selección chilena, con las consabidas fotos en el balcón de La Moneda, y segundo- resaltando por sobre la sucesión de homenajes a los jugadores en sus pueblos o ciudades de nacimiento, con la consabida declaración de hijo ilustre- la actuación del Ejército de Chile, que denominaremos “Operación Corvo”, en el homenaje que realizó al aguerrido defensa de la selección, Gary Medel. En la ocasión, el comandante en jefe de la institución apuntó el motivo del simbólico acto, aludiendo al jugador: “por encarnar el espíritu del soldado chileno”, y le hizo entrega de una caja que llevaba en su interior el arma símbolo de esa rama castrense: el corvo.
Demás está decir que la memoria histórica identifica a esta arma blanca con la más brutal y escalofriante expresión de terror de la dictadura cívico militar. El uso de ella por agentes del estado en el cercenamiento de detenidos políticos antes de ser arrojados al mar.
De que se trató en definitiva este singular homenaje. ¿Sincero reconocimiento, desafortunada operación de lavado de imagen o mensaje subliminal de poder dirigido al pueblo chileno al incitar la asociación de la estirpe combativa del jugador con el soldado y el fatídico corvo? Quisiéramos, tal vez con ingenuidad, pensar lo primero. Pero como a estas alturas del partido, hablando en términos futboleros, somos más que desconfiados, dejamos espacio a la duda. Y si de dudas se trata también nos hacemos la pregunta. ¿Habría osado Julio César, el portero brasileño, a atajar dos penales a nuestros representantes, si el mencionado presente hubiera sido hecho a nuestros futbolistas guerreros con antelación al encuentro?
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