Nelson Paredes Es extraño el devenir del tiempo en pandemia, y más aún las dimensiones elásticas que adquiere su transcurso cuando el ritmo de la ciudad, ralentizado por confinamientos, voluntarios o decretados, finalmente se detiene como una fotografía en el atardecer. El Retiro, en todo lo que va de la Estación de Metro hacia el norte, tiene algo de eso; un andar cansino y una fisonomía que mantiene la impronta de postal pueblerina, un respirar acompasado que retrotrae a otra época, quizás como espíritu de resistencia ante la vorágine que, más allá de la vía férrea, su natural frontera, engulle al otro Quilpué, sumido en un febril crecimiento que se viste con los ropajes de aquello que llaman progreso. Entre caserones de las primeras décadas de siglo XX se levantan construcciones nuevas, sin boato ni estridencias, en una necesaria discreción para preservar ese halo mágico impregnado en su territorio. En buena hora, tomando en cuenta la voracidad del negocio in...
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