Nelson Paredes (Escritor)
Son cientos los recuerdos, las ideas, sucesos que he visto y leído a lo largo de mis sesenta años de vida, que vienen a mi mente, después del estallido social sin precedentes- insólito para la élite política, empresarial y militar del país, grupos miopes que en su codicia extrema han velado solo por sus mezquinos intereses-, pero que era esperable que tarde o temprano sucedería.
En este torbellino cuesta por donde comenzar,
tal vez desde la constitución de la primera República, o más tarde por el
-admirado por los militares- Estado Portaliano, o la Guerra Civil de 1891,
cuando se impidió el desarrollo de un Chile progresista. ¡Cuántas matanzas
desde entonces hasta hoy en día! El siglo XX fue un continuo flujo y reflujo de
conquistas para la clase trabajadora y el pueblo mismo, a costa de organización
creciente y muertes, muchas muertes: Valparaíso en 1903, Iquique en 1907, La
Coruña en 1927, la masacre de Ranquil en 1934, Pampa Irigoin en Puerto Montt, y
tantas más hasta culminar con la mayor tragedia. El proceso que de haber
logrado llevarse a cabo, hubiera significado sí o sí, una sociedad más
armoniosa, humana y justa, el gobierno encabezado por Salvador Allende, vilipendiado
como una excrecencia por el odio de esa casta eterna detentora del poder, pero
reconocido mundialmente – cosa que le duele a esa élite venenosa- por su
grandeza y ejemplo de consecuencia y humanidad.
Ahí se jodió definitivamente Chile.
La
burguesía, la clase empresarial rancia, utilizando a su brazo armado, las
Fuerzas Armadas, que supuestamente representan a Chile, y que sin embargo una y
otra vez actúan contra su propio pueblo, procedieron llevados por su odio y su
revanchismo de clase, a restaurar su orden para mantener sus privilegios,
consumando el mayor trauma social del siglo XX, trauma del que nuestra sociedad
aún no se recupera, con secuelas, injusticias y sufrimientos, barridos bajo la
alfombra.
El primer gran saqueador de Chile fue
Pinochet, no hay que olvidar, y su camarilla civil y militar. Nuestro pueblo, a
pesar del terror, poco a poco se dio el trabajo de recuperar su tejido social
destruido a sangre y fuego por los usurpadores apoyados y avalados por el
imperio norteamericano. Las grandes jornadas de protesta devolvieron la fe a un
pueblo, que quería una sociedad más humanitaria; pero una vez más los mismos de
siempre, los que se dan maña de gobernar desde las sombras- se pusieron en
alerta. EEUU le quitó el piso a su marioneta- bastaron dos uvas envenenadas- y
llegamos al mentado plebiscito de 1988, que, a pesar del intento de fraude,
significó el fin visible de la dictadura, no así de su proyecto político.
He
aquí la principal traición a los sueños de todo un pueblo, que fue ni más ni
menos la transacción de la naciente Concertación de partidos por la
Democracia con la Dictadura saliente, avalada por EEUU y el FMI,
las 54 reformas de ese nuevo plebiscito de julio de 1989, que con letra chica,
consolidó este camino espurio que ha transitado Chile desde entonces, en donde
se terminó de entregar las riquezas de Chile al gran capital nacional e
internacional, al mismo tiempo que, corrupción mediante, las mismas clases
políticas, militares, empresariales, se daban un festín con sus privilegios, en
desmedro de la mayoría del pueblo de Chile que- acicateado por la
publicidad día a día bombardeada por la
dirigida y chata televisión pública y los otros medios de desinformación, pues
no se puede decir que sean de información-,
también quería acceder a alguna migaja de la torta.
La depredación de nuestras riquezas no tiene
límites. En cada viaje que hice por el país, hasta en el más mínimo de los
pueblos, encontré pancartas con un NO.
No a los chips, no a la ley de pesca, no al
robo de aguas, no a las empresas contaminantes. No, no, no; y me preguntaba, ¿cuándo
todas estas demandas iban a confluir en una sola? ¿Cuándo se iba a dar cuenta
nuestro pueblo que todo cambio pasa por una nueva Constitución, nacida
de una Asamblea Constituyente y que represente democráticamente a todos
los sectores del país?
La cocina de los dueños del poder
siguió funcionando como si no pasara nada, la Bachelet, entregada también a los
designios de este tramado dirigido desde EEUU y el FMI, intentó tibias
reformas, que pronto fueron manoseadas por los verdaderos amos, hasta llegar a la
última elección- donde ya nadie vota, fruto del desprestigio de la clase
política- de ese antiguo Chile, y digo antiguo pues ese Chile debe quedar
atrás, de lo contario, de persistir en este camino, el futuro se avizora más
aciago todavía, y no lejos estaremos de la imposición, como en Colombia o México,
de un Narco Estado. Esto, que algunos consideran un desvarío, así como no
quisieron ver el estallido que venía, está a la vuelta de la esquina.
Este gobierno de Piñera estuvo de más, pero
concluyo que era necesario. Él con su ambición de poder desmedida, y de
riquezas también- símbolo de este Chile regido por ese anti valor que es la Avaricia-,
y que en su delirio quería pasar a la inmortalidad como el fundador de un
nuevo Chile, con su falta de visión política, no pasará sino como un títere más
de los últimos que han gobernado, un esperpento humorístico y a la vez nocivo,
hundido en su propia mediocridad.
¿Qué viene ahora? El pueblo oprimido, el
ninguneado, el narcotizado, aparte de protestar en todo el país con consignas,
cantos, cacerolazos, aprovechó también de darse su propia fiesta, en los
márgenes establecidos por esta sociedad de consumo. La rabia acumulada, no
salió con cuenta gotas, sino de una vez. Edificios destruidos, un país
devastado, pero no más que la depredación del territorio realizada por el gran
capital. No es lo que queríamos, una explosión sin conducción política,
visceral. Pero es lo que tarde o temprano iba a suceder. Que no busquen chivos
expiatorios. Los reales culpables de esta jornada son los que se han
enriquecido más, más y más, a costa de las miserias escondidas de todo un
pueblo.
Ayer, en las protestas que presencié, creí
ver una nueva expresión en las miradas de gente que tal vez por primera vez
salió de sus casas a manifestarse, una expresión que, a todas luces, hablaba de
la recuperación de dignidad. Viejos y jóvenes, unidos por un mismo sentimiento.
¿Qué viene ahora? Lo que viene es construir.
Pero para ello deben dar un paso al costado todos aquellos que profitaron y
abusaron desde su cocina. Los detentores del poder, esta élite corrupta, debe
despojarse sus trajes de codicia si no quieren que algún día los bárbaros
lleguen a sus exclusivos dominios.
Recuerdo un viaje a Uruguay en 2010, el
dueño de un restaurante del puerto al saber que era chileno, se llenó de
alabanzas a mi país, hasta habló del Iceberg que como símbolo nos representó en
la Expo Sevilla en 1992. Quería que su Uruguay fuera como el nuestro. Esa vez
le dije que todo lo que brilla no es oro, que por lo menos ellos aún mantenían
una educación pública y gratuita sólida, circunstancia clave para un país
medianamente equilibrado. Y le aseguré, que tarde o temprano, habría grandes
estallidos sociales. No me creyó.
Ahora
el Iceberg en partes se derrite, en partes se resquebraja. Espero para refundar
Chile, un nuevo Chile. Más justo y solidario, y que no lo usen ellos, los
mismos de siempre, como hielo para sus wiskis, para celebrar una nueva victoria.
Nelson Paredes
Escritor
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