En la Facultad de Humanidades de la
Universidad de Valparaíso, se presentó el pasado miércoles el libro con el
título de esta crónica, cuyo autor es el profesor de Historia y Ciencias
Sociales, Magíster en Historia, mención en Historia de Chile y América, Mario
Andrés González (1982).
La
apuesta del autor es osada, e incómoda para los poderes que desde las altas
esferas del poder – políticas, comunicacionales, etc.-, manipulan y dominan la
contingencia nacional. Y lo hace a través del análisis de la trayectoria intelectual de Gonzalo Vial. Una
trayectoria voluble, en apariencia-de ahí el término de sinuosidades que forma parte
del título- referido a la capacidad de adaptación de su pensamiento en los
diferentes momentos de la coyuntura política de Chile en las postrimerías del
siglo XX, analizada a través de los conceptos y opiniones vertidos en dos revistas fundadas por él: Portada
(1969) y Qué Pasa (1971). Esta sinuosidad de su trayectoria, es el principal
arma, en un comienzo, que da sustento a sus diferentes etapas, y que obedece a
un objetivo preciso, rotundo, y que no es otro el de la implantación de un
sistema; político, económico, que
devuelva a Chile el orden republicano, en que se respete la tradición, orden
que según su particular punto de vista, se perdió por la intromisión de
ideologías foráneas, y que envenenó el alma de Chile a lo largo del siglo XX. Objetivo primario que para ser efectivo, se
tuvo que valer de la instauración de una dictadura, con toda su secuela de
represión, para una nueva refundación del país, el Chile, que nos guste o no,
padecemos hasta el día de hoy.
Este
libro desnuda la brillante ejecución de un discurso (brillante aun en su
perversidad), que redundó en una derrota estrepitosa del mundo progresista, y que tiró al tacho de
basura todo un siglo de luchas, de avances y retrocesos en búsqueda de una
sociedad más justa, más humana.
Este
libro es un llamado de atención a las nuevas generaciones, de aprender del
pasado y del enemigo, que desarrolla pensamiento, y que la única democracia que
acepta es aquella afín a sus intereses y que permita la conservación de sus
privilegios, disfrazado todo en aquello que llama tradición.
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