-Por Marco López Aballay-
“... apago las luces de la sala, enfilo el pasillo tropezando con los muebles, me digo que no queda mucho para que me acueste por escrito.”
Enrique Vila-Matas
El castillo de la literatura permanece cerrado. Y es difícil caminar por sus jardines abandonados, sentarse en sus plazas y encontrarnos con tantos personajes que huelen lejanos y tristes. Entre ellos está Augusto, el de la Niebla de Unamuno, aquel se nos aparece como un fantasma en medio de la lluvia, como un sobreviviente digno del recuerdo bibliófilo.
Y es que los tiempos corren a una velocidad impredecible. Ya no hay tregua para dar espacio a la lectura. A propósito de aquel término, sin querer pienso en Mario Benedetti y vuelvo a reencontrarme con Laurita Avellaneda, desde aquí la diviso y le hago señas con mis manos húmedas. Entonces despierto, tomo aire y miro a mi alrededor, voy en una micro rodeado de estudiantes de Media, deseo hablarles de Juan Pablo Castel, quiero abrir alguna ventana de mi Túnel, pero nadie puede escucharme. Están todos pendientes de su celular.
Y es que aquel sea acaso el principal obstáculo de acceso a los libros: la tecnología y la comodidad de sentarse ante un notebook y encontrar sin mayor esfuerzo cientos de libros resumidos en Internet, películas y videos basados en historias universales, blogs con toda la información literaria, lo que, como es lógico pensar es mucho más fácil y entretenido que leer un texto completo. Pero ahí radica el problema, pues con este método el proceso de lectura queda reprimido de emociones, reflexión, análisis, fantasía y sentimientos. La lectura pasa a ser una información, un mensaje vacío, de lenguaje transparente, sin fondo y mecánico.
Por eso me gustaba la posición de Gabriel García Márquez ante la negativa de llevar al cine a Ursula Buendía y sus Cien años de soledad. Y no hay comparación pues el realismo mágico nace y permanece dentro de nosotros. Tal cual ocurre con tantos estilos de la narrativa: el cuento fantástico, terror, los cuentos poéticos, surrealistas, novela negra, policial, etcétera.
Y si de Cuento Fantástico se trata, no puedo dejar de pensar en el Libro de Arena de Borges. Un texto inacabable entre avenidas y callejuelas que nos conducen a otras dimensiones. No puedo evitar la mirada a mi pobre biblioteca y encontrar otro de mis grandes amores: Marcel Schwob y esas Vidas Imaginarias que brotan como agua fresca. Una grata lectura que nos renueva el paisaje en estos días otoñales. Entonces abro la ventana de mi pieza y veo las hojas en espera del viento. Ahí aparece otra vez el imponente Árbol de mi amada de siempre, María Luisa Bombal, quien me trae de regalo a su Amortajada, Las Islas Nuevas y La Última Niebla. Tras esos árboles siento los pasos de dos animales literarios: El Gato Negro del maestro de todos los tiempos, Edgar Allan Poe. Y el Retrato de escritor con Gato Negro, incluido en la Guía Triste de París, esa pequeña obra maestra de Alfredo Bryce Echenique. Y es que a este escritor hay que leerlo con lupa, pues detrás de su fino humor, existen otros mensajes, otros códigos de lectura (con la complejidad que ello implica). A propósito de ello, se me viene a la mente otro monstruo literario: el incomparable Julio Cortázar y ese juego narrativo que logra con El Perseguidor, una historia atrapada en un mismo tiempo y espacio.
Continuando por los pasillos que nos conducen a una de las entradas laterales al castillo, y mientras un puñado de nubes amenazan con traernos lluvia antes del invierno, siento la presencia benefactora de una mujer y un libro excepcional: Lola Hoffmann y Sueños; Un camino al despertar y es que ahí existe esa mezcla entre espiritualidad, poesía, sicología, filosofía. En donde la autora, una reconocida siquiatra chilena, nos muestra el camino luminoso del gran Carl Gustav Jung.
A propósito de escritura universal. Es imprescindible en estos días retomar a los románticos alemanes. ¡Qué delicia saborear las palabras de Novalis! ¡O viajar por el torrente fantástico de E. T. A. Hoffmann y las serpientes color verde! Y de paso, tomar una lectura más reflexiva y entregarnos al discurso de Friedrich Schlegel, de esa manera entendemos que éstas son estrellas que brillan a lo lejos.
El frío me trae inevitablemente una imagen maravillosa: Rusia y sus mantos blancos de nieve. Y cómo no recordar la famosa antología de Cuentos Rusos, de la cual rememoro tres relatos notables: Chelkach de Máximo Gorki, La luz del sol de Tatiana Tess y El telegrama de Konstantin G. Pautovski.
Pero viajemos a España y Argentina, en medio de estos países se nos aparece un relato increíble: El gaucho insufrible de quien tanto agradecemos su paso por la literatura: Roberto Bolaño y sus ingredientes excesitos; humor, velocidad, suspenso, juego narrativo frente al lector que, aún sabiendo que todo lo escrito es una jugarreta, a pesar de hacernos entender que sus palabras son una especie de chismografía, aún así nos hace caer en su trampa, pues nos muestra otros caminos de acceso al castillo: entradas circulares, pasadizos, pequeñas veredas, escaleras y túneles secretos que de algún modo u otro, tarde o temprano nos permitirán llegar a la meta.
Sé que existen muchos más libros y autores que amo y amaré para siempre: Carlos Fuentes, Helena Garro, Juan Rulfo, José Donoso (y su Obsceno pájaro de la noche, que, a juicio de Álvaro Bizama, este es el libro más esquizoide del escritor), Guy de Maupassant, Antonio Tabucchi, Pearl S. Buck (junto a su Buena Tierra, lejana, desgarradora, poética), Horacio Quiroga, Fernando Pessoa, Alejo Carpentier, José Saramago y tantos escritores que atraviesan los ventanales y puertas de la gran literatura.
Frente al panorama anterior, me atrevería a decir que soy optimista con el futuro. Vendrán muchos maestros, miles de obras a saciar la sed del hombre, y ninguna tecnología, ni la más sofisticada e inteligente reemplazará a los libros, pues éstos son la esencia, es el estado del hombre con todo lo que ello implica: racionalidad, pasión, inteligencia, reflexión, emoción, fantasía, conocimiento, espiritualidad. En fin, una cadena interminable de sensaciones y estados que solo el ser humano posee.
Finalmente nombraré al verdadero dueño de las llaves del “castillo”, alguien que nos enseñó otra forma de vivir la literatura, y escribió de la forma más desgarradora que pueda existir. Me refiero a Franz Kafka y la deshumanización del hombre conducido a estados extremos, en cuyos escritos apreciamos lo frágiles que somos ante la complejidad del universo que nos rodea.
Y ahora que estamos aproximándonos a la entrada, y entendiendo que el discurso kafkiano puede ser reinterpretado (o adaptado, según el estado de ánimo del lector) es bueno recordar estas palabras que el escritor le dijera a Gustav Janouch: “Cuanto más marchan los hombres, tanto más se alejan de la meta. Gastan sus fuerzas en vano. Piensan que andan, pero sólo se precipitan-sin avanzar-hacia el vacío. Eso es todo”.
¡Paradojas de la literatura!
“... apago las luces de la sala, enfilo el pasillo tropezando con los muebles, me digo que no queda mucho para que me acueste por escrito.”
Enrique Vila-Matas
El castillo de la literatura permanece cerrado. Y es difícil caminar por sus jardines abandonados, sentarse en sus plazas y encontrarnos con tantos personajes que huelen lejanos y tristes. Entre ellos está Augusto, el de la Niebla de Unamuno, aquel se nos aparece como un fantasma en medio de la lluvia, como un sobreviviente digno del recuerdo bibliófilo.
Y es que los tiempos corren a una velocidad impredecible. Ya no hay tregua para dar espacio a la lectura. A propósito de aquel término, sin querer pienso en Mario Benedetti y vuelvo a reencontrarme con Laurita Avellaneda, desde aquí la diviso y le hago señas con mis manos húmedas. Entonces despierto, tomo aire y miro a mi alrededor, voy en una micro rodeado de estudiantes de Media, deseo hablarles de Juan Pablo Castel, quiero abrir alguna ventana de mi Túnel, pero nadie puede escucharme. Están todos pendientes de su celular.
Y es que aquel sea acaso el principal obstáculo de acceso a los libros: la tecnología y la comodidad de sentarse ante un notebook y encontrar sin mayor esfuerzo cientos de libros resumidos en Internet, películas y videos basados en historias universales, blogs con toda la información literaria, lo que, como es lógico pensar es mucho más fácil y entretenido que leer un texto completo. Pero ahí radica el problema, pues con este método el proceso de lectura queda reprimido de emociones, reflexión, análisis, fantasía y sentimientos. La lectura pasa a ser una información, un mensaje vacío, de lenguaje transparente, sin fondo y mecánico.
Por eso me gustaba la posición de Gabriel García Márquez ante la negativa de llevar al cine a Ursula Buendía y sus Cien años de soledad. Y no hay comparación pues el realismo mágico nace y permanece dentro de nosotros. Tal cual ocurre con tantos estilos de la narrativa: el cuento fantástico, terror, los cuentos poéticos, surrealistas, novela negra, policial, etcétera.
Y si de Cuento Fantástico se trata, no puedo dejar de pensar en el Libro de Arena de Borges. Un texto inacabable entre avenidas y callejuelas que nos conducen a otras dimensiones. No puedo evitar la mirada a mi pobre biblioteca y encontrar otro de mis grandes amores: Marcel Schwob y esas Vidas Imaginarias que brotan como agua fresca. Una grata lectura que nos renueva el paisaje en estos días otoñales. Entonces abro la ventana de mi pieza y veo las hojas en espera del viento. Ahí aparece otra vez el imponente Árbol de mi amada de siempre, María Luisa Bombal, quien me trae de regalo a su Amortajada, Las Islas Nuevas y La Última Niebla. Tras esos árboles siento los pasos de dos animales literarios: El Gato Negro del maestro de todos los tiempos, Edgar Allan Poe. Y el Retrato de escritor con Gato Negro, incluido en la Guía Triste de París, esa pequeña obra maestra de Alfredo Bryce Echenique. Y es que a este escritor hay que leerlo con lupa, pues detrás de su fino humor, existen otros mensajes, otros códigos de lectura (con la complejidad que ello implica). A propósito de ello, se me viene a la mente otro monstruo literario: el incomparable Julio Cortázar y ese juego narrativo que logra con El Perseguidor, una historia atrapada en un mismo tiempo y espacio.
Continuando por los pasillos que nos conducen a una de las entradas laterales al castillo, y mientras un puñado de nubes amenazan con traernos lluvia antes del invierno, siento la presencia benefactora de una mujer y un libro excepcional: Lola Hoffmann y Sueños; Un camino al despertar y es que ahí existe esa mezcla entre espiritualidad, poesía, sicología, filosofía. En donde la autora, una reconocida siquiatra chilena, nos muestra el camino luminoso del gran Carl Gustav Jung.
A propósito de escritura universal. Es imprescindible en estos días retomar a los románticos alemanes. ¡Qué delicia saborear las palabras de Novalis! ¡O viajar por el torrente fantástico de E. T. A. Hoffmann y las serpientes color verde! Y de paso, tomar una lectura más reflexiva y entregarnos al discurso de Friedrich Schlegel, de esa manera entendemos que éstas son estrellas que brillan a lo lejos.
El frío me trae inevitablemente una imagen maravillosa: Rusia y sus mantos blancos de nieve. Y cómo no recordar la famosa antología de Cuentos Rusos, de la cual rememoro tres relatos notables: Chelkach de Máximo Gorki, La luz del sol de Tatiana Tess y El telegrama de Konstantin G. Pautovski.
Pero viajemos a España y Argentina, en medio de estos países se nos aparece un relato increíble: El gaucho insufrible de quien tanto agradecemos su paso por la literatura: Roberto Bolaño y sus ingredientes excesitos; humor, velocidad, suspenso, juego narrativo frente al lector que, aún sabiendo que todo lo escrito es una jugarreta, a pesar de hacernos entender que sus palabras son una especie de chismografía, aún así nos hace caer en su trampa, pues nos muestra otros caminos de acceso al castillo: entradas circulares, pasadizos, pequeñas veredas, escaleras y túneles secretos que de algún modo u otro, tarde o temprano nos permitirán llegar a la meta.
Sé que existen muchos más libros y autores que amo y amaré para siempre: Carlos Fuentes, Helena Garro, Juan Rulfo, José Donoso (y su Obsceno pájaro de la noche, que, a juicio de Álvaro Bizama, este es el libro más esquizoide del escritor), Guy de Maupassant, Antonio Tabucchi, Pearl S. Buck (junto a su Buena Tierra, lejana, desgarradora, poética), Horacio Quiroga, Fernando Pessoa, Alejo Carpentier, José Saramago y tantos escritores que atraviesan los ventanales y puertas de la gran literatura.
Frente al panorama anterior, me atrevería a decir que soy optimista con el futuro. Vendrán muchos maestros, miles de obras a saciar la sed del hombre, y ninguna tecnología, ni la más sofisticada e inteligente reemplazará a los libros, pues éstos son la esencia, es el estado del hombre con todo lo que ello implica: racionalidad, pasión, inteligencia, reflexión, emoción, fantasía, conocimiento, espiritualidad. En fin, una cadena interminable de sensaciones y estados que solo el ser humano posee.
Finalmente nombraré al verdadero dueño de las llaves del “castillo”, alguien que nos enseñó otra forma de vivir la literatura, y escribió de la forma más desgarradora que pueda existir. Me refiero a Franz Kafka y la deshumanización del hombre conducido a estados extremos, en cuyos escritos apreciamos lo frágiles que somos ante la complejidad del universo que nos rodea.
Y ahora que estamos aproximándonos a la entrada, y entendiendo que el discurso kafkiano puede ser reinterpretado (o adaptado, según el estado de ánimo del lector) es bueno recordar estas palabras que el escritor le dijera a Gustav Janouch: “Cuanto más marchan los hombres, tanto más se alejan de la meta. Gastan sus fuerzas en vano. Piensan que andan, pero sólo se precipitan-sin avanzar-hacia el vacío. Eso es todo”.
¡Paradojas de la literatura!
Buen texto, excelente...
ResponderEliminar