Ir contra la marea del Apruebo, aunque sea a cabeza gacha,
es algo muy mal visto en nuestro país y si no lo haces así eres considerado un
bicho raro, un ultra, un violentista, un antidemocrático y un sinnúmero de
otros epítetos que te definen finalmente como un “traidor” y alguien que le
hace el juego a la derecha.
Ha sido difícil tomar la decisión de escribir esta crónica
manifestando que no participaré del proceso constituyente en curso ni votaré
en el Plebiscito del 25 de octubre, aun
cuando esto ya lo he planteado claramente en otras crónicas que he
realizado anteriormente (“Espejismo Constituyente”, “¿Terminó el Carnaval de
Máscaras Neoliberal?”; “Qué Aprueba el Apruebo”) , pero he sentido la necesidad
de hacerlo en forma explícita ya que considero que es parte de una opción, de
un acto político meditado, no de una posición emocional ni antojadiza, posición
que nada tiene que ver con participar o no de los procesos electorales o
“ciudadanos” en general, sino que simplemente es la opción política de no
participar en este proceso creado desde las élites, con sus propias , meditadas
y bien delimitadas reglas.
Quienes creen que mediante este mecanismo se cambiará el
actual modelo de sociedad tienen todo el derecho a pensar así y participar en
el Plebiscito acordado por la clase política institucional, pero quienes tenemos una visión y opción
distinta y consideramos este mecanismo como una inteligente maniobra política
destinada a “encausar” la rebeldía popular en el camino institucional de este
proceso constituyente, también tenemos el mismo derecho de no aceptar este
proceso ni transitar por este estrecho torniquete donde nos convocan a pasar
los poderosos de siempre.
Para muchos sectores la única posibilidad de participar en
política es siendo un ciudadano que acude en forma disciplinada a participar en
eventos electorales. El acto de no acudir a votar es considerado como una
acción antidemocrática, una “herejía cívica”, siendo que también es un acto
político, que expresa no aceptar lo que propone con límites y reglas bien
precisas el actual proceso.
No solo el gobierno de Sebastián Piñera fue rotundamente
cuestionado en la rebelión popular iniciada en octubre del año pasado, sino
también toda la clase política institucional, que fue precisamente la que
materializó desesperadamente el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución del 15 de noviembre
del 2019, pero como nuestra memoria es tan frágil, se nos ha olvidado completamente
todo esto y nadie quiere quedar fuera de la marea roja ganadora del “apruebo convención constitucional”.
Hoy es el tiempo de la unidad, de juntar nuestras fuerzas
para propinarle una derrota estrepitosa a la derecha, esa es la idea fuerza con que refuerzan el
argumento de la participación en este Plebiscito, pero a este punto es lícito
preguntarse de qué derecha estamos hablando, ¿de aquella derecha tradicional
que va desde los sectores liberales, moderados hasta los sectores ultra conservadores y
pinochetistas; o de aquella derecha disfrazada de centro izquierda que desde la
década del noventa en adelante asumió en la práctica concreta las políticas
neoliberales, las políticas privatizadoras, e incluso las políticas represivas
de la derecha política, perfeccionando y profundizando el modelo plasmado en la
Constitución del 80.?
De esta forma, quienes no participaremos de un proceso
constituyente tramposo y fraudulento, hecho a la medida de los poderosos , con
la complicidad de la gran mayoría de la clase política institucional que firmó
el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución para frenar el ímpetu rebelde y tratar
de proyectar otros treinta años de somnolencia, manipulada con las promesas de
un cambio de modelo de sociedad, terminamos siendo considerados unos parias,
aún cuando este cambio prometido mediante la propaganda y la publicidad no sea
posible realizarlo dentro de las precisas y estrechas reglas que delimitan el
proceso constituyente institucional en curso.
Las verdades a medias
de la efectiva propaganda difundida a través de los más variados espacios
comunicacionales, especialmente las redes sociales e incluyendo por cierto la
franja electoral de la televisión abierta, han penetrado tan profundamente en
el inconsciente colectivo que aun cuando se muestren otras “verdades” respecto
a este proceso, refrendadas por la Ley 21.200 que regula este Plebiscito y
Convención Constitucional, simplemente se leen y se ignoran, ya que no son
funcionales a la opción ganadora que se ha decidido asumir.
Esta “inmunidad
plebiscitaria” tranquiliza el deber ciudadano y republicano de participar y
votar lo que, como decía anteriormente, se reafirma mediante la “publicidad engañosa” en curso, dejando en
las penumbras o entre los bastidores de los avisos publicitarios las
limitaciones y las normas cuidadosamente
escritas que regulan este proceso constituyente institucional.
Así, como si se tratara de una bebida de fantasía, nos dicen
que construiremos un nuevo Chile de múltiples colores, como una amarga metáfora
del arcoíris del Plebiscito del 88 y de la alegría que nunca llegó.
La propaganda del Plebiscito del 25 de octubre partió con la
franja electoral mediante cadena nacional y los avisos publicitarios prometen
un cambio radical de modelo económico, político, social y cultural en nuestro
país, sin mencionar para nada las reglas impuestas desde el poder para este
proceso, que en la práctica impedirán que dichas promesas se cumplan. Para
resaltar tan solo una de ellas, podemos mencionar el altísimo quórum de los 2/3
para aprobar lo que se pretenda plasmar en la “nueva Constitución”. Este último
tiempo, este factor de los 2/3 está apareciendo cada vez con más frecuencia en
numerosos artículos, opiniones y comentarios, mostrándolo como una de las
trampas o candados más notorios definidos en el Acuerdo por la Paz y la Nueva
Constitución, pero se relativiza y se coloca tras bambalinas, como si se
tratara de un detalle sin importancia.
Pero como nuestra idiosincrasia legalista y electoralista,
junto con nuestra memoria corta, el mal menor y los triunfos morales, nos lleva
a utilizar los argumentos más diversos para olvidarnos de un plumazo de la
exigencia de una Asamblea Constituyente
soberana, junto con el rechazo rotundo a las instituciones neoliberales,
al gobierno excluyente y represivo de Sebastián Piñera y a la clase política institucional en
general, demandas que se plantearon en las multitudinarias movilizaciones
iniciadas en octubre, de la noche a la mañana, tal como se fraguó el Acuerdo
por la Paz, se fue aceptando el camino fijado y delimitado con reglas precisas
y claras por las mismas instituciones y la
clase política que se rechazaba, camino que ha sido trasformado con el arte
de la magia publicitaria como un “gran triunfo de la
rebelión popular”.
“Saltaremos todos los torniquetes Aprobando; será una Constitución
creada entre todos; la alegría nunca llegó, pero ahora llenaremos de colores
nuestro país; la salud digna y de calidad será un derecho; vamos a escribir entre
todos la Constitución; construiremos como pueblo un país más justo; este nuevo
Chile será escrito con nosotros; el Plebiscito es del pueblo; celebraremos una
nueva Constitución nacida en democracia; despiertos y despiertas a escribir la
Constitución que siempre soñamos; pondremos fin a las zonas de sacrificio; los
adultos mayores tendrán las pensiones dignas que se merecen; garantizará
dignidad y derechos sociales para todas y todos; el Apruebo es para que cambie
todo en Chile; para que las semillas y el agua no sean de propiedad privada;
construiremos un país que nos haga felices; es una oportunidad histórica de
escribir juntos una Constitución en democracia donde todas las voces sean
escuchadas, un Chile inclusivo, justo y solidario; etcétera, etcétera”,
son algunas de las múltiples frases que se escuchan en la propaganda electoral.
Todas estas promesas no dejan de ser solo buenas
intenciones, que este amañado proceso constituyente, con reglas hechas a la
medida por las elites institucionales, no permitirán concretar, transformándose
en una propaganda publicitaria, como si los derechos del pueblo fueran una
bebida de fantasía más.
En forma disciplinada, en paz, en orden y tranquilidad, con
un lápiz azul en la mano, mascarilla y alcohol gel, respetando en actitud
republicana el estado de derecho, ejerceremos el acto democrático del voto.
La maraña electoral extiende sus redes más allá del
Plebiscito, puesto que una serie de procesos electorales se agolpan a la vuelta
de la esquina, como las elecciones municipales y de gobernadores e incluso ya
han aparecido candidatxs presidenciales para todos los gustos.
El triunfo del
Apruebo no será con reglas en donde hayan participado quienes se alzaron en
rebeldía, sino con aquellas creadas y fijadas desde el poder institucional.
De esta manera el sistema dominante logró introducir una potente cuña, en el
transversal y multifacético universo que
formó parte del pueblo rebelde que desbordó las grandes alamedas de nuestro
país y que permanece en un estado de pausa obligada por la emergencia sanitaria
provocada por el coronavirus. Tras bambalinas ha quedado, además del quórum
de los 2/3, el hecho que la “participación de todas y todos” en la
Convención Constitucional para “escribir
la nueva Constitución” será a través de 155 miembros elegidos con las normas que rigen para la elección de
diputados, con candidatas y candidatos inscritos en las listas de los Partidos
Políticos institucionales, aún cuando los independientes pueden inscribir
su propia lista adicional si son capaces de reunir y legalizar ante notario una
cantidad determinada de firmas, pero las posibilidades de que puedan competir
con éxito contra las listas de los partidos políticos es mínima, por otra parte
tampoco “importa”, para quienes han aceptado participar en este proceso
constituyente institucional, que los Tratados de Libre Comercio hayan sido
excluidos y permanezcan intocables. Como un dato adicional, los Convencionales
Constituyentes electos recibirán un sueldo de 50 UTM mensuales, es decir
2.518.600 pesos a la fecha actual, más las asignaciones que definan en el
reglamento de funcionamiento de la Convención Constitucional, lo que no deja de
ser un “estímulo” para competir por un cupo como miembro Convencional.
Los caminos de la rebeldía popular se ven complejos y será
muy difícil recomponer esa potente unidad que irrumpió con fuerza en las calles de Chile
proveniente desde los más variados sectores y territorios extraparlamentarios,
totalmente alejados de los espacios institucionales que hoy se han retomado con
una energía y emotividad que acepta sin cuestionarse la dulce zanahoria de la
“nueva Constitución”, pero los poderosos han preparado y mejorado el garrote de
la represión, el cual está listo para actuar si se apartan del camino institucional
fijado o cuando la institucionalidad neoliberal lo estime conveniente.
Guillermo Correa Camiroaga, Valparaíso 01 octubre 2020
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