Hace un par de meses atrás -cuando en Valparaíso todavía podíamos
desplazarnos con relativa libertad y la pandemia de coronavirus no se había
desatado como consecuencia, entre otras cosas, de las erráticas medidas gubernamentales
de permisos de vacaciones y apertura indiscriminada de las fronteras- después
de compartir con amigos un café conversado en “El República” decidí dar un paseo por antiguos espacios
estudiantiles, recordando la época de los años setenta como estudiante de la
Universidad de Chile, sede Valparaíso.
Al llegar a la parte posterior del
“Departamento de Ciencias de la Universidad de Chile” de aquel entonces, hoy
sede de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valparaíso, lugar en donde
teníamos clases de los ramos básicos del área de la Salud, pude observar que
todavía siguen presente sobre las paredes de este hermoso edificio las “heridas
urbanas del 73”. Orificios de bala disparados desenfrenadamente por los
uniformados los días posteriores al golpe de Estado en contra de supuestos
francotiradores fantasmas, presentes solo en las enfermizas mentes golpistas,
con el simple y siniestro objetivo de provocar miedo, propio de las acciones
del terrorismo de Estado que se desencadenaron brutalmente en contra de los
chilenos y chilenas a partir del 11 de Septiembre de 1973.
De “golpe”, ahora en el año 2021, poco más de 47 años después, volvieron a la memoria una serie de situaciones vividas como estudiante en esa época. Recordé, por ejemplo, cuando tuve que ir a revisar las listas en calle Hontaneda, por el costado del Hospital Van Buren en el cerro El Litre donde funcionaban oficinas administrativas para ver si era uno de los “afortunados” que podían seguir estudiando en la universidad. Precisamente al mismo lugar que había concurrido a materializar la matrícula en la carrera de Odontología el año 71, después de haber rendido con éxito la PAA y quedar seleccionado en ella.
En Septiembre del 73 las listas colocadas
allí correspondían a una “nueva selección”, esta vez para ver si tenías
“derecho” a continuar estudiando según lo decidieran los uniformados que a
sangre y fuego se habían tomado el poder.
Si mal no recuerdo existían tres tipos de
listas con las letras A-B y C. En la primera aparecían los nombres de los
alumnos y alumnas que podían continuar sin problemas estudiando la carrera.
Obviamente que aquí se incluían a todos y todas las alumnas que apoyaban el
golpe de Estado. En la Lista B aparecían los nombres de todos aquellos alumnos
y alumnas que “olieran a Unidad Popular”, pero que según no sé qué criterio, o más bien des-criterio, se les permitía seguir
estudiando como “alumnos condicionales”, siempre y cuando se “comprometieran a
no participara en actividades políticas”, ya que a la más mínima sospecha
serían expulsados. En la Lista C estaban los nombres de alumnos y alumnas
suspendidos por un semestre, un año o más, y los expulsados definitivamente de
la Universidad.
En la confección de estas “Listas”
participaron obviamente compañeros(as)
de curso, de la Facultad o de la Carrera
a la que se pertenecía, todos y todas partidarios del golpe de Estado,
simpatizantes o militantes del Partido Nacional, Patria y Libertad o la
Democracia Cristiana. Desgraciadamente no existen los documentos o registros
que respalden los nombres de los y las responsables de tan deleznable
comportamiento, que corrieron silenciosa y cuidadosamente deboca en boca, pero
sería irresponsable entregar sus nombres sin el respaldo necesario.
Fui uno de los alumnos “afortunados” y esta
vez fui “seleccionado” en la Lista B, por lo tanto pude continuar estudiando
como alumno “condicional”.
Después de alrededor de una semana o más,
no recuerdo precisamente, tuvimos que acudir a la Escuela Dental, ubicada en la
Subida Carvallo, a pocos metros más abajo del Estadio Playa Ancha, lugar que
fue utilizado como centro de prisión por algunos días, para ir a reconocer y
retirar nuestras pertenencias que habían quedado guardadas en los casilleros.
Al llegar allí nos encontramos con la Escuela Dental “tomada” por Infantes de Marina, con sus puertas de reja exterior cerradas, cosa esperada en esos días, pero fue una desagradable sorpresa ver que había compañeros de los distintos cursos junto a los marinos, quienes te reconocían como alumno de la Escuela para que los uniformados te permitieran entrar a retirar tus cosas y ellos mismos te acompañaran hasta los casilleros.
Todavía recuerdo las lastimeras palabras llenas de disculpas de quien me acompañó, quien no solo había sido un compañero de curso, sino que pertenecía al grupo de los “desarrapados”, aquellos y aquellas que gracias a las becas y “préstamos de instrumental” implementados durante el gobierno de Salvador Allende pudimos sacar adelante esta Carrera que se caracterizaba por los elevados gastos en que se debía incurrir para comprar el instrumental que solicitaban en la parte clínica.
Nuestros casilleros estaban ubicados en la
parte posterior de la Escuela Dental y como esta había sido allanada
violentamente, al igual que todos los demás recintos universitarios, los
casilleros habían sido descerrajados y sus contenidos vaciados al suelo sin
ningún miramiento, en busca de “material subversivo y armas imaginarias”.
Nuestros libros, apuntes, cuadernos y
trabajos dentales desparramados, destruidos y apilados desordenadamente, eran
el mudo testigo de la brutalidad militar, en este caso sobre objetos
materiales, pero que se desató con mayor bestialidad en contra de los cuerpos
indefensos de millones de chilenos y chilenas allanados, vejados, con un saldo
de miles y miles de prisioneros, torturados, asesinados y desaparecidos que
hasta el día de hoy no se sabe dónde están.
Ante la mirada avergonzada de mi compañero
fui recogiendo y ordenando mis pertenencias. Las únicas palabras que pronuncié
fueron mi nombre y curso al marino que custodiaba la puerta de entrada a la
Escuela Dental junto a las y los compañeros “de confianza” que estaban junto a
ellos. Durante el trayecto hacia los casilleros y hasta que salí de allí no
pronuncie palabra alguna. Solo miré con desprecio un par de veces a mi
compañero de curso, mientras él intentaba explicar lo inexplicable.
El primer día que se nos permitió retomar las clases parecía estar en algún recinto militar y no en un plantel universitario, ya que muchos de los profesores de la carrera, e incluso un alumno, aparecieron “engalanados” en sus uniformes, ya que muchos de ellos trabajaban en la Armada. Los sueños multicolores que impulsaban nuestro quehacer en el Gobierno Popular del compañero Allende se transformaron de la noche a la mañana en una pesadilla grisácea, o más bien dicho azul marina en el caso nuestro.
Este “fogonazo” de recuerdos que estalló en mi memoria el mes de febrero de este año y que he relatado en esta crónica, fue gatillado por esos impactos de bala que después de 47 años siguen allí diciéndonos que la verdad, la justicia y la impunidad son tan reales como esos orificios sin “cicatrizar”. Son una herida abierta en las paredes de este hermoso edificio, que forma parte del patrimonio de la arquitectura moderna chilena y se terminó de construir el año 1961 para que funcionara allí la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile de Valparaíso, diseñado por el destacado arquitecto Héctor Mardones Restat, quien también es el autor, entre otras obras, del edificio matriz del Banco del Estado en Santiago.
Guillermo Correa Camiroaga, Valparaíso 06
Abril 2021
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