Nelson Paredes
El estallido
social de octubre, hoy, cuatro meses después, un proceso de franca rebelión y
desobediencia civil al sistema político económico instaurado en dictadura y
mantenido con ligeros maquillajes por los sucesivos gobiernos de esta pseudo
democracia que tenemos desde 1990, se ha hecho sentir y traído consecuencias de
múltiples maneras en el desarrollo del acontecer nacional.
El fútbol no ha estado ajeno a ello. A la
imposibilidad de poner normal término a los campeonatos profesionales de 2019 en todas las divisiones, con
proclamaciones de campeones a quienes lideraban la tabla de posiciones,
ascensos inmediatos, descensos anulados, conflictos por dirimir representantes
para los campeonatos internacionales apremiados por exigencias de calendario, y
otras más, se les ha sumado este 2020- después de la muerte de un hincha de
Colo Colo, el Neco, atropellado por un camión de Carabineros-, graves
desórdenes en los estadios ocasionados por las diferentes hinchadas que han
hecho causa común ante este criminal suceso.
Los cánticos que se escuchan al unísono en los
estadios exigiendo la renuncia del presidente Piñera, nos retrotraen a la vez a
otros episodios del fútbol donde política y fútbol se entremezclaron en un
singular maridaje. Fue exactamente un 8 de marzo de 1984, Día Internacional de
la Mujer, la ocasión elegida en una aparatosa puesta en escena para la
despedida de Elías Figueroa, ídolo del fútbol nacional y para entonces,
acérrimo pinochetista. Las cosas no le marchaban muy bien a Augusto Pinochet,
después de un 1983 plagado de multitudinarias protestas nacionales, probó en
carne propia el rechazo del pueblo en el llamado Puntarenazo, en ocasión de su visita a la austral ciudad de Chile
en el mes de febrero. Luego de ese bochornoso episodio y ad portas de una nueva
protesta nacional llamada para fines de marzo y que ya tenía intranquilo al establishment dictatorial, este evento
deportivo intentaba distraer a la opinión pública con el consabido manejo del
“pan y circo”. Pero las cosas no salieron bien para el Capitán General.
Ante un estadio abarrotado de hinchas y
cuando corría el minuto cuarenta y
cuatro del partido de fútbol entre Colo Colo y una peculiar selección del
“Resto del mundo”, conformada en su mayoría por futbolistas extranjeros que
jugaban en Chile, el árbitro suspendió
el partido para abrir paso al retiro definitivo del crack. Fue entonces que
desde el cielo irrumpió una paracaidista- en un paracaídas que ostentaba el
logo del diario La Tercera, organizador del evento- y, a medida que se acercaba
a la cancha brotó espontáneo y al
unísono el coro de… ¡Y va a caer! La
algarabía en las galerías fue in crescendo de forma inversamente proporcional
al desconcierto de los organizadores, de tal modo que la despedida pasó a un
segundo plano, más aún después que la policía interviniera con el fin de
aplacar la protesta y que solo logró como respuesta una lluvia de latas de
cervezas y bebidas. Así, el general vivió por segunda vez en el lapso de un mes
el escarnio de un pueblo que perdía el miedo y que manifestaba sin tapujos su repudio
a la dictadura cívico militar que él dirigía.
Hoy, treinta y seis años después, es Piñera
el motivo de los cantos de rebeldía, cantos que inexorablemente nos indican que
a pesar que muchas veces el fútbol pretende ser usado como instrumento de
alienación, las más y en contradicción de tal propósito, sirve en un reconocerse entre hermanos en una
identidad común, tal como en aquel 8 de marzo en el Estadio Nacional cuando
retumbó hacia todos los confines de Chile el… ¡Si Figueroa ya se fue, que se
vaya Pinochet!
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